Ayer tuve un sueño...
Miguel de Cervantes se pasea por las Ramblas de Barcelona
en la madrugada del 23 de abril de 2013. Camina despacio entre las paradas
cerradas que albergan los libros prestos para regalar en Sant Jordi. Va
vestido con la indumentaria propia del siglo XVII: engolado en blanco y con jubón negro. Sus hombros los cubre una amplia capa del mismo color.
A pesar de
que las casetas están cerradas, su condición de fantasma le permite
atravesarlas y revisar con minuciosidad los libros preparados para la venta.
No sale de su asombro al
comprobar que los títulos más vendidos son los que se engloban en novela
romántica y/o erótica. Ahí está la trilogía de Grey , que ha descendido
unos peldaños, para ceder escalones superiores a la segunda parte ( y por
supuesto que habrá tercera...) de “Pídeme lo que quieras... ahora y siempre”
de Megan Maxwell. De repente saca de debajo de la capa una tableta y se
pone a escribir. No logro ver lo que anota, pero como es mi sueño y yo mando en
él, cual directora de cine hago primer plano del Ipad cervantino. Compruebo que D. Miguel está chateando vía Facebook con ¡Lope
de Vega!
“Querido Lope, tus libelos a la Filis quedarían en nada
si hubieses vivido en estos tiempos, y la Santa Inquisición no daría abasto en
quemar a brujas escribidoras y a sus obras con ellas. La pira sería tan grande
que el fuego se divisaría desde la misma Alcalá si la hoguera se colocara en
la Plaza Mayor”-
Lope le contesta con
emoticonos risueños y añade que él sí que hubiese escrito una gran obra, como
por otra parte fueron todas las suyas, con erotismo y aventuras sexuales
explícitas, creíbles y contadas con buen gusto e inteligencia. Añade que se le
revolvieron las cenizas que quedan de su osamenta cuando leyó las exclamaciones
de Anastasia Steele ante las proposiciones de Christian Grey: Cuántos “¡guaus! y
¡madres mías! para tanto papel sin sentido.
D. Miguel atraviesa otra
caseta y se topa de bruces con D. Francisco de Quevedo que ojea El
tango de la guardia vieja de Pérez Reverte.
Mira a Cervantes por encima de sus lentes y le comenta la decepción que ha
sentido con el último título del escritor cartagenero: “Este chico debe
seguir relatando las aventuras de Alatriste y no abandonar el siglo XVII. Se ha
puesto romanticón con esta última obra y no le va nada. A lo mejor es que está
envejeciendo y le pesa demasiado el ruido de sables”. Cervantes estalla en una carcajada y le responde que lo que en
realidad le molesta es no verse como personaje de Alatriste. Su ego es más
grande que su sarcasmo y que si hay que hablar de viejos no tienen más que
mirarse. Le pide que deje a Pérez Reverte y le acompañe a otras paradas para
terminar de colocar libros. Apilan bajo
el mostrador los títulos que saben que se venderán sin enseñar la portada o con
el desconocimiento del nombre del autor o autora: las trilogías de Grey en
sus diferentes encuadernaciones, completas o por separado; “El cumpleaños
secreto” de la australiana Kate Morton; “El
maestro del Prado” de Javier Sierra; “La
reina descalza” de Ildefonso Falcones. Y
sacan a primera línea: “La buena novela”
de Laurence Cossé; “Cómo no escribir una novela” de
Howard Mittelmark y Sandra Newman; “Las voces bajas” de Manuel
Rivas; “La ridícula idea de no volver a verte” de Rosa Montero; “Brújulas que buscan
sonrisas perdidas” de Albert Espinosa.
Ya es tarde y D. Miguel debe partir hacia Alcalá de Henares. Que no es
cuestión que para la primera salida oficial de S. M. D. Juan Carlos I tras sus
operaciones, le tengan que contar el discurso de Caballero Bonald en
diferido. Al fin y a la postre el
anfitrión es él. Es su premio, su casa, el homenaje a su oficio, y el aniversario de su muerte. El real y no el de Shakespeare. No se ha perdido
ninguna entrega y esta no va a ser menos.Hoy, al despertarme, me voy a regalar unos cuantos libros, y dejaré que de las rosas se ocupen ellos...
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